Algunas veces converso con buscadores de lo esencial, de lo no dual, y en el proceso descubro que casi siempre lo que están buscando, realmente, es la felicidad. Se sienten infelices y quieren algo que intuyen que les pertenece, algo a lo que tienen derecho, por así decirlo, pero no lo notan ni lo sienten presente. En algún momento se encontraron con las enseñanzas de la no dualidad y supieron algo respecto a la felicidad intrínseca al conocimiento de Sí mismo. Por tanto, dicen que buscan el Sí mismo verdadero, pero en el fondo, lo que quieren es ser felices. En esta búsqueda leen mucho, viajan a ver maestros, aprenden las enseñanzas incluso de memoria. Adquieren una buena gama de conocimientos que conservan de manera intelectual, así como una colección de prácticas que experimentan invariablemente como si fueran llaves mágicas hacia la felicidad que añoran. Lo comprendo bastante bien porque a mí también me pasó eso hace muchos años.
En esta oportunidad quiero mencionar algunos puntos respecto a esto. Se me ocurrió hacerlo ayer, cuando estaba sentada en el patio recibiendo el sol de primavera que ya va calentando el ambiente a ratos. R.Malak estaba a mi lado, revisando un libro recién descargado sobre las enseñanzas de Ramana Maharshi, y yo miraba el laurel. Primero pensé en la presencia, enseguida todo mi pensamiento fue engullido en la presencia. De una manera tan simple, inmediata, esta constante presencia de lo Divino se hace tan evidente. Unas frase me ayudan a describirlo: contemplación de lo esencial, Sí mismo presenciador de Sí mismo, conciencia de la conciencia, y podría seguir. El caso es que me di cuenta de que, aunque lo esencial (lo Divino, la naturaleza verdadera de uno mismo) está siempre presente, se suele pasar por alto, del mismo modo que muchísimas veces pasamos por alto que estamos respirando. Y claro, así es como la felicidad parece escaparse, solo porque no notamos su constante presencia.
Como estar atrapados en una tormenta, presionados por situaciones que demandan nuestra atención, a veces ni siquiera notamos que estamos respirando. Estamos con la atención puesta en los pensamientos, pegados a estos. Tengo que hacer tal, me preocupa tal, temo tal, quiero tal, tengo que tal, fulano quiere que yo… María no quiere que yo… Sutana no me quiere… yo quiero que ella… yo deseo que él… tengo que ser mejor haciendo tal cosa, necesito prepararme, protegerme, asegurarme… acerté, fracasé, deseo, tengo miedo, aspiro, tengo rabia, estoy bien, estoy mal… es interminable esta lista. Sí, estamos con la atención puesta en estos pensamientos y ni siquiera nos damos cuenta de que estamos respirando. Pero estamos respirando. Es tan obvio que ni siquiera lo tomamos en cuenta.
Sea que se busque a Dios, que se añore el gozo Divino, que se quiera paz o simplemente vivir en felicidad, es fundamental comprender que nada de ello puede estar jamás ausente porque estas son cualidades de lo Divino, no de la persona. Lo Divino está presente, como la respiración. Cada vez que hemos sentido paz, es porque la persona no estaba interviniendo con sus demandas. Lo mismo sucede al apreciar la felicidad, -esa alegría espontánea que se muestra cuando los pensamientos que suelen atormentar no están presentes-, y es porque la persona con sus demandas y exigencias no está estorbando. La presencia de lo Divino se hace evidente en esos casos, solo que no sabemos que eso es su manifestación en pureza.
No sabemos qué es lo Divino, y creemos, pensamos, que la paz o la felicidad son emociones o sentimientos de la persona, sin haber comprendido que la persona es la identidad construida con nombre, forma y currículum. Nos sostenemos en esta identidad construida suponiendo que eso somos, y olvidamos que es una construcción que sucedió ya estando presentes. Antes de la identidad, antes de la persona, yo soy. Estoy presente antes de recibir un nombre, incluso antes de identificarme con un cuerpo, y por supuesto, antes de armar una historia de vida. Eso que era antes de identificarme, estaba pleno de gozo, sin necesidad de llamarlo así.
No notamos lo Divino, su presencia constante, del mismo modo que no notamos (muchas veces), que estamos respirando. Y en ambos casos es por la misma razón: tenemos la atención desviada hacia afuera de sí misma, hacia los pensamientos, y enganchada con ellos, apegada. Reconocer tu propia presencia como lo que permanece, y notar que esta presencia no tiene forma, ni tiene nombre, y que, aun así, todo conocimiento surge ante sí misma, esto es una clave fundamental. Este reconocimiento de la propia presencia anterior a la persona, a la identificación y anterior a todo pensamiento, trae consigo la evidencia del gozo, la felicidad natural de Ser, sin atributos. Esta felicidad no es un resultado, sino que es inherente a Sí mismo; no se consigue como fruto de mucho trabajo, no se puede construir lo que ya es.
Se necesita comprender cómo se ha construido la persona, la identidad que consideramos ser, y ver claramente cómo esta construcción va de la mano con la idea de conseguir una felicidad que no se posee. La persona es sinónimo de carencia, y la identificación con ella es producto de la ilusión causada por la creencia de que yo soy este cuerpo, este nombre, esta forma y el currículum que los acompaña.
La indagación en el origen de la persona, del yo construido, es la práctica más importante en la búsqueda de ser consciente de la felicidad. Apunta a notar la presencia constante ante la cual aparece la sensación de que yo soy, que yo existo, presencia que no es diferente de uno mismo, ni es diferente de lo Divino. Esta autoindagación en el origen, en la esencia, revela que no hay un sujeto consciente de la felicidad, sino que Ser es conciencia plena, pura felicidad. En esta conciencia, como un infinito continente, aparecen todos los contenidos conscientes, siendo el primero de ellos el pensamiento “yo”.
Maria Luisa